Debemos subrayar que somos una especie social por conveniencia adaptativa, y no porque realmente nos interese convivir con el resto de nuestros congéneres. Lo hacemos sólo en situaciones especiales, ritualizadas (celebraciones religiosas, políticas, fiestas), pero en el ámbito personal, una gran mayoría de los seres humanos, busca espacios individuales, como tener una habitación o una oficina propias para propiciar la concentración y la posibilidad de crear, pensar... Esto se relaciona con el concepto de privacidad, el cual depende en gran parte de la cultura.

La interacción con nuestra especie es tan complicada que hemos desarrollado un equipo neurobiológico que nos permite interactuar con los demás; es decir, tenemos todo un aparato cognitivo, con una meta específica: comunicarnos efectivamente con los miembros de nuestra especie, aun sin palabras (cuadro 3).

Se ha propuesto que el trastorno por ansiedad social puede ser una enfermedad caracterizada por una disfunción dentro de los sistemas cerebrales que evalúan el beneficio y el riesgo de una afiliación social. El primero se realiza a través de la activación de los sistemas de recompensa, el castigo a través de los sistemas de alarma, es decir, los activadores del miedo y la ansiedad. En algunos estudios se ha encontrado que la activación de las vías de la región del cíngulo anterior³ a corresponde a una región implicada en los aspectos de la relación madre-hijo, ya que esta zona se activa con demandas relevantes para las madres, una de las cuales es el llanto de sus hijos. En los animales podemos decir que hay una serie de sistemas involucrados en este proceso de conducta materna: serotonina, dopamina, opioides, y oxitocina.⁴

Al evaluar las conductas, algunos estudios han arrojado como resultado que todos los recién nacidos tienen un umbral muy bajo para alertarse –es decir, no están completamente diseñados, por lo que van haciéndose sensibles a diversos estímulos sensoriales conforme se constituye su sistema nervioso en la fase postnatal–,⁵ pero hay algunos que –según sus padres– son inhibidos y desarrollan conductas relacionadas con la timidez al ingresar a preescolar; son éstos quienes suelen sufrir abusos físicos por parte de otros niños con mayor frecuencia.