Los organismos somos capaces de detectar temperaturas desde muy frías hasta muy calientes, en un gran rango dentro del cual las temperaturas arriba de los 43 °C y debajo de 15 °C (que para nuestro organismo pueden resultar extremas y, por tanto, nocivas) no sólo evocan una sensación térmica, sino que también producen una sensación de dolor.
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Nuestra capacidad para detectar estas temperaturas radica en la presencia de terminales nerviosas que llegan a todos los puntos de nuestra piel y se denominan
nociceptoras (receptoras de estímulos nocivos), las cuales contienen cierto tipo de canales TRP termosensibles. Así, cuando acercamos nuestras manos o cualquier parte de nuestro cuerpo a una superficie excesivamente caliente o fría (lo que resulta nocivo para nuestro organismo), los canales trp termosensibles se activan, genenerando una señal eléctrica que se transmite a nuestro sistema nervioso central (cerebro) y nos avisa que debemos alejarnos de esa superficie. Pero dentro de esta familia (de canales TRP) no sólo existen los que responden a temperaturas extremas; también se encuentran aquellos que nos permiten detectar temperaturas intermedias, es decir,
tibias, otorgándonos la capacidad para percibir un gran rango de temperaturas
(figura 3).