Cuando se estableció por primera vez que el cerebro posee áreas generadoras de estados afectivos, fue a partir del estudio realizado por el doctor Wilder Penfield, neurocirujano del Instituto Neurológico de Montreal, Canadá, en pacientes sometidos a cirugía cerebral para el tratamiento de epilepsia. En esos casos, durante la operación que incluyó apertura de la cavidad craneana, se
hacía registros por medio de electrodos aplicados sobre la superficie cerebral.
El doctor Penfield descubrió que la estimulación de la corteza prefrontal –sobre todo en el hemisferio izquierdo– generaba estados emocionales afectivos. Esto se logró gracias a que los pacientes sólo habían recibido anestesia local, pues era requisito que permanecieran totalmente conscientes durante el procedimiento quirúrgico, por ende, fue posible conocer cuáles eran las sensaciones o pensamientos que la estimulación les provocaba.
A este hallazgo exploratorio de una función cerebral específica se sumaron otros de gran interés que confirmaron observaciones clínicas conocidas de antemano, entre ellas, que la corteza prefrontal participa en el surgimiento de emociones de todo tipo, asociadas a los patrones de conducta tanto los considerados
normales como los
anormales (figura 1). Estudios ulteriores demostraron que otras estructuras cerebrales también participan en respuestas tales como la generación y la asignación del valor afectivo a las distintas emociones que el ser humano puede experimentar.
En términos generales, todas esas estructuras forman parte de lo que llamamos
sistema límbico, un conjunto de estructuras primitivas del cerebro que permiten valorar –en diversas circunstancias– si las condiciones son favorables o negativas para el individuo, las cuales en consecuencia, le producen estados de placer o desagrado.
Además de la corteza prefrontal
(figura 1), este sistema incluye otras áreas corticales como la circunvolución del cíngulo
(figura 2) y la circunvolución del hipocampo –en el lóbulo temporal– asociada al aprendizaje y la formación de memoria, también están comprendidas en el sistema:
-->El núcleo amigdalino o amígdala del lóbulo temporal, estructura esencial para la génesis de las emociones
(figura 3).
-->El hipotálamo en el diencéfalo
(figura 2), relacionado con la glándula hipófisis, la cual, a su vez interacciona con las glándulas de secreción interna o endócrinas, responsables de la producción de hormonas, entre ellas las sexuales, tanto para el hombre como para la mujer.
-->El tálamo, cuya función principal consiste en filtrar y analizar las diferentes modalidades sensoriales.
-->Los núcleos del tallo cerebral, conocidos como núcleos del sistema nervioso autónomo o visceral, junto con el hipotálamo
(figura 2) determinan las reacciones viscerales asociadas a las emociones que, en el caso particular del amor, incluye aceleración del ritmo cardíaco, respiración profunda, sudoración de las manos y rubor.
-->Finalmente tenemos la
formación reticular, un conjunto de núcleos neuronales indispensables para mantener el estado de conciencia normal; su función: el estado de alerta, pero también se encarga de mantener la atención focalizada en el ser amado.