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Ilustración: Estephania Blasio
No son pocos los descubrimientos reportados de manera sincrónica por distintos autores, situación que en muchas ocasiones, se convierte automáticamente en una tremenda pelea. |
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En La tensión esencial, el historiador de la ciencia, Thomas S. Kuhn, destaca la singularidad de un descubrimiento que él califica como extraordinario por a la cantidad de científicos involucrados de manera simultánea.
Hablamos de "La conservación de la energía", cuyas bases esenciales describen –cada investigador a su manera– nada más y nada menos que doce ilustres personajes, durante un breve lapso, entre 1832 y 1854: los franceses Sadi Carnot, Marc Séguin y Gustave Adolph Hirn; los ingleses James Prescott Joule y Michael Faraday; el galés William Grove; el danés Ludwig August Colding, y los alemanes Hermann Ludwig Ferdinand von Helmholtz, Karl Holtzmann, Julius von Mayer, Karl Friedrich Mohr y Justus von Liebig. Difícilmente podría ser de otra manera, desde luego, en una actividad con el grado de libertad que (idealmente) tiene la investigación científica.
No son pocos los descubrimientos reportados de manera sincrónica por distintos autores, situación que en muchas ocasiones, se convierte automáticamente en una tremenda pelea. Algunas se arreglan violentamente (la colosal batalla entre Gottfried W. Leibniz e Isaac Newton por la invención del cálculo infinitesimal es un buen ejemplo), y otras, de manera extrañamente amistosa (como el civilizado e irrepetible caso de Charles Darwin y Alfred Wallace, quienes, por separado, llegaron casi a las mismas conclusiones acerca de la evolución de las especies y la selección natural). Algunos otros pleitos simplemente se diluyen con el paso del tiempo, entre el desinterés o el abandono por parte de sus posibles contendientes, como sucedió con Jean-Baptiste Lamarck y Luke Howard, por la clasificación de las nubes. |