Il movimento é la causa di ogni vita¹
Leonardo da Vinci

La vida misma es el título del libro que escribiera sobre el origen y la naturaleza de la vida Francis Crick, uno de los descubridores de la estructura del ADN. Sólo una persona con tal conocimiento y con la sensibilidad que genera el haber logrado desentrañar alguno de los secretos de la naturaleza, podía usar este título para hablar del apasionante tema de nuestros orígenes como seres vivos.

La historia humana, vista como historia de la lucha de clases es un concepto que constituye un parteaguas en la evolución natural, pues es el papel del trabajo en la transformación de los primeros homínidos en hombres lo que genera la conciencia del ser social que tiene como proemio el desarrollo del cerebro de los mamíferos y su consecuente sentimiento de existencia.

El sentimiento existencial de finitud, desde la perspectiva científica, intenta entender la vida, comprender cómo es posible que en un cierto instante ya no pueda pensarse más a sí misma. Entonces viene a nuestras mentes la pregunta fundamental: ¿qué es la vida? Ésta no puede ser
entendida sin el concepto de muerte, sin el concepto de cambio permanente hacia la potenciación de las capacidades y luego con rumbo a la decrepitud de estas mismas, dejando el camino libre a su progenie con renovada vitalidad. Los seres vivos no estamos exentos de la acción de las leyes de la naturaleza, por el contrario, algunas de ellas cobran un carácter particular
en los organismos y rigen de formas distintas las reacciones de los diferentes grupos que sabemos integran lo vivo.

Todos los seres vivos estamos formados por los mismos elementos químicos, conocimiento que llevó a Carl Sagan a escribir que somos “polvo de estrellas”. Todos poseemos una codificación genética más parecida de lo
que pudiéramos imaginar y más precisa en su traducción de lo que comprendemos en la actualidad. Hemos de levantar la mirada y aguzar la imaginación para hacernos una idea del universo antes de reflexionar sobre el origen de la vida.

Los seres vivos somos millones de veces más pequeños que nuestro planeta y, desde esta perspectiva, únicamente la luz nos hace partícipes de la diversidad de cuerpos existentes en el espacio que nos rodea y del cual formamos parte. En nuestra experiencia cotidiana nosotros y todo lo que nos rodea tiene o tuvo un origen y tendrá un fin. Es natural entonces que en el pasado, cuando se pensaba en el espacio, se reflexionara sobre
un origen de todas las cosas imaginando cielos e infiernos ubicados más allá de nosotros. Fue grande la sorpresa que tuvieron nuestros antepasados al observar por primera vez, a través de un telescopio, que allá donde se pensaba estaba el cielo había también estrellas y otros planetas.

Se piensa que el origen del sistema solar ocurrió cuando polvo cósmico y gas interestelar se compactó formando un protosol que derivó en una nueva estrella, alrededor de la cual, agregados de partículas rotaban atraídos por la fuerza de gravedad y se compactaban en pequeñas masas que darían origen a los planetas al irse enfriando todo el sistema. No obstante, este material no se condensó completamente, de tal suerte que meteoritos y cometas son reminiscencias de aquellas etapas de formación. La definición de la edad de nuestro planeta, calculada entre 4500 y 4600 millones de años antes de nuestra era (m. a.), ha sido determinada mediante la cuantificación de los isótopos radiactivos que forman parte de fragmentos de algunos de esos meteoritos que colisionaron con nuestro planeta.