La presencia de energía oscura, al igual que la densidad de materia y la radiación, alarga la edad del Universo. Un Universo que al principio sea muy denso tendrá una vida muy corta, se expandirá un año, un mes o sólo un segundo, y la gravedad lo llevará a su hundimiento; ni siquiera habría tiempo para el surgimiento de la vida, pues se requerirían unos cuantos unos cuantos miles de millones de años para que la vida ascendiera cada uno de sus complejos peldaños.
Para permitir el maravilloso proceso de la vida bastaría disminuir la densidad inicial, con lo que se prolongaría la duración del Universo y habría tiempo para su desarrollo; pero no hay que llevar las cosas al extremo, un Universo con una densidad demasiado baja podría durar mucho más de la cuenta pues, en él, la materia estaría tan diluida que las galaxias junto con sus estrellas no podrían condensarse, propiciando así la existencia de un Universo estéril. Y tenemos el placer de vivir en un Universo con la densidad idónea, capaz de durar lo suficiente y albergar miles de millones de galaxias.
Hemos visto que el Universo nos ofrece homogeneidad e isotropía, propiedades que son casi las imperantes en todas partes y en todas direcciones, lo cual es una suerte para nosotros, ya que un Universo caótico y desordenado no podría contener galaxia alguna.
No hay duda de que nos encontramos en un momento excitante y de enormes cambios en el campo de la cosmología y la física teórica, y por ahora sólo queda preguntarnos: ¿qué dirán las generaciones de pensadores en 100 años? Posiblemente dentro de un siglo alguien estará redactando un artículo de divulgación como éste para platicar lo que ocurrió en el campo de la física de principios del siglo XXI.
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