La carrera espacial de mediados del siglo XX impulsó iniciativas sin precedentes por la enseñanza de la ciencia en varios países, que provocaron cambios radicales en los museos. En un afán por atraer al gran público, los objetivos educativos tomaron prioridad sobre los de conservación, y los objetos e instrumentos intocables son sustituidos por equipos interactivos construidos para mostrar conceptos o efectos. Los pioneros de esta nueva generación son: el
Exploratorium de San Francisco inaugurado en 1969, y el
Ontario Science Centre en Toronto, Canadá. A partir de esa fecha comienzan a surgir, en todas las regiones del mundo, museos interactivos de ciencia.
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Algunos autores, como E. Koster,
4 hacen una distinción entre museos y centros de ciencia. Afirman que los museos muestran el legado científico y tecnológico de un país. En cambio, los centros de ciencia son más flexibles y buscan responder a las necesidades de la comunidad a la que sirven. Ofrecen actividades complementarias, guías para el público, visitas escolares, asesoría a maestros, materiales complementarios y programas de extensión para el público que no puede visitar el museo. Desde mi punto de vista, esta distinción entre museos y centros de ciencia ya no procede, ya que ambos buscan la promoción de una cultura científica y procuran atraer al gran público.