La crisis de la biodiversidad actual ha llegado al punto en el que muchas especies se ven amenazadas o llegan a extinguirse sin que podamos detectar su presencia, mucho menos estudiar su biología o proponer planes de acción para su protección y manejo. En algunos casos, el parásito que coloniza a una especie nueva de hospedero puede ocasionar una reacción inmune exagerada en el hospedero recién colonizado que puede dar lugar a epizootias (o enfermedades emergentes) que en ocasiones desembocan en extinciones locales de los hospederos; con frecuencia tales colonizaciones ocurren debido la introducción no controlada de especies exóticas a los ecosistemas por el humano, de ahí la importancia de realizar minuciosos estudios antes de intervenir.
A pesar de todo, los parásitos juegan un papel importante,
pues aunque representan una amenaza para la salud humana, la fauna y la agricultura, no dejan de ser actores indispensables en los sistemas naturales, ya que regulan las poblaciones de hospederos y estructuran las comunidades de animales silvestres, por lo cual pueden influir de manera decisiva en las prácticas de conservación.
La alteración del equilibrio de los ecosistemas naturales puede culminar en el rompimiento de las intrincadas relaciones establecidas entre los parásitos y sus hospederos, ocasionando la desaparición o el incremento desmedido de las poblaciones de parásitos, o bien, el surgimiento de parásitos extraños en el sistema, lo cual a su vez, puede derivar en una disminución de la población de hospederos o su extinción local.
El conocimiento tanto de la historia natural como de la distribución de los parásitos se vuelve entonces elemento clave para aprovechar sus efectos positivos, pues permite hacer predicciones acerca de brotes potenciales de enfermedades emergentes, lo cual ahorra tiempo y dinero. Por ejemplo, sabemos que las ranas toro, Rana catesbeiana (originaria de Norteamérica, introducida para cultivo en muchas localidades), son parasitadas por digéneos del género Haematoloechus en los pulmones, entre otros órganos, y que estos patógenos pueden transmitirse a las especies de ranas locales, como Rana brownorum, en la península de Yucatán, causando efectos negativos en sus poblaciones, los cuales pueden llegar hasta la extinción local, por lo que es de gran importancia considerar estos aspectos antes de introducir especies exóticas para su cultivo.
Si al examinar una población de ranas leopardo en un arroyo de Guerrero (o de Oaxaca o Chiapas) observamos que no están parasitadas por Gorgoderina attenuata, una especie de digéneo característica de su vejiga urinaria, es motivo de alarma, ya que lejos de ser un síntoma de buena salud del anfibio, nos dice que las poblaciones de moluscos y/o larvas de insectos (hospederos intermediarios) quizás están disminuidas, o que la calidad del agua del sitio no permite la llegada de los estados infectivos del parásito a su siguiente hospedero. Y aunque las alteraciones del medio no hayan afectado a las poblaciones de ranas, seguramente lo harán si no se atiende el problema, pues junto con las ranas, se verán afectadas otras especies que habitan en ese ecosistema, al carecer de alimento suficiente.
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