Desde hace miles de años, el hombre se ha servido de los microorganismos para elaborar diversos productos fermentados, ya sea por bacterias, levaduras u hongos. Esta práctica comenzó posiblemente en el Oriente Medio, con la producción de bebidas alcohólicas a partir de miel, semillas o frutos; se extendió a Europa y de ahí, posteriormente, a América, en algunos productos como el vino y el pan.

En la Mesoamérica prehispánica, no obstante, ya se obtenían bebidas fermentadas como el pulque y, con el tiempo, se han encontrado nuevas aplicaciones en la medicina, la tecnología de alimentos, la remoción de contaminantes y en procesos industriales, por citar algunas.

Nuestra necesidad de satisfactores ha ido más allá y en la década de 1970, como resultado del conocimiento acumulado en el campo de la biología molecular, surgió la ingeniería genética y sus técnicas de ADN recombinante,¹ con lo cual se abre la posibilidad de aislar, editar y modificar el material genético.

El avance científico ha permitido la secuenciación de genomas completos y, como consecuencia, nace el interés por el estudio de la función, interrelación y evolución de todos los genes de un organismo, conocimientos que contribuyen al surgimiento de la Ingeniería de Vías Metabólicas (IVM) en los años noventa.

 Esta disciplina se aboca a modificar o introducir nuevas reacciones bioquímicas en el metabolismo de algún microorganismo, mediante tecnología de adn recombinante, con el propósito de adecuar propiedades celulares para la obtención de diversos productos como el alcohol carburante o algunas proteínas como la insulina.

Esta área de conocimiento apoya sólidamente la investigación en biotecnología,² que se enfoca en la manipulación genética de los microorganismos con el fin de crear nuevos procesos industriales como es el hecho de utilizar residuos agroindustriales para obtener bioenergéticos como etanol, biodiesel y butanol (cuadro 1).