La meta nacional de un alunizaje en ocho años retaba a la Unión Americana en todo el espectro de las tecnologías. El administrador de la NASA, James E. Webb, atrajo del gobierno, industria y universidades a personas de gran prestigio para crear un soberbio equipo de trabajo que operara bajo un régimen casi militar.
Noventa por ciento del presupuesto fue gastado fuera de la NASA por 400 mil estadounidenses en todo el país, atraídos por el programa abierto e inspirador de la agencia espacial.
Von Braun guió a Eberhardt Rees, Kurt Debus y otros ingenieros clave de Peenemünde, mediante un rápido proyecto, hacia el desarrollo del vehículo lanzador indispensable: un gigantesco cohete de tres etapas, de 110 metros de altura, que se llamaría Saturno V. La primera etapa de este cohete sin precedente, era capaz de desarrollar un empuje de tres mil cuatrocientas toneladas, mediante cinco motores de reacción tipo F-1, quemando keroseno con oxígeno líquido a razón de 15 toneladas por segundo (tan sólo las bombas de combustible consumían más caballos que los que daban las turbinas del entonces modernísimo transatlántico Queen Elizabeth).