La luz reflejada, aquella que no es absorbida por el material, posee una longitud de onda que es captada por medio de los órganos receptores ubicados en el ojo (conos
y bastoncillos), cuya misión es transmitir, a través de impulsos eléctricos, la señal de información al cerebro, donde finalmente, se obtiene la sensación del color
(figura 4). De hecho, la percepción del color a través de la recepción de la señal, transmisión y codificación es un proceso neurofisiológico extremadamente complejo.
Evidentemente, el mundo tendría un aspecto muy diferente si los ojos no fueran sensibles a las longitudes de onda del espectro visible. Isaac Newton afirmaba que el color no existe, sino que es tan sólo el resultado de la interacción de la luz sobre la superficie de un cuerpo, por ello el concepto de color producido es totalmente subjetivo, dependiendo de la persona en sí. Incluso se ha estudiado el efecto de los colores sobre el comportamiento humano a través de la psicología del color, entre cuyos estudiosos encontramos a Johann Göethe, quien demostró las modificaciones fisiológicas y psicológicas que el ser humano sufre ante la exposición a los diferentes colores. Definitivamente, el color parece más complicado de lo que parece; sin embargo, ha tenido una gran influencia en antiguas civilizaciones, al grado de ser relacionado con diferentes aspectos de la vida y los sentimientos humanos.