En el número anterior dejamos a Galileo consternado cuando, en su tercera noche de observación a Júpiter con su anteojo de 30 aumentos, el 10 de enero de 1610, encuentra que las tres estrellitas descubiertas la primera noche, alineadas con el planeta, no eran estrellitas sino satélites que cambiaban de posición respecto al planeta, pero siempre en línea recta, las cuales lo seguían como un cortejo, habiendo, además, desaparecido una de ellas, por lo que sólo se veían dos...
Meses antes, a mediados de 1609, Galileo había estudiado la Luna y descubierto su accidentada superficie; había también descubierto que las muy conocidas Siete Cabrillas (las Pléyades) no eran sólo siete estrellas, sino varias docenas, y que al observar la constelación de Orión sucedía lo mismo; donde el ojo desnudo veía una docena de estrellas, con su anteojo detectaba cientos. Sin embargo, el misterio de Júpiter y sus acompañantes lo tenía fascinado, por lo que dedicó el resto del mes de enero y todo febrero a tratar de desentrañarlo.
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