Por un desperfecto imputable a la lluvia, recientemente se interrumpió el flujo eléctrico durante día y medio, en mi vecindario. En casa, el apagón provocó una evidente serie de molestias: la ropa sin lavar, los alimentos en riesgo de descomposición… Uno puede sobreponerse fácilmente a la falta de luz eléctrica; el problema se puede solucionar con velas, pero lo que más afectó mi vida en ese tiempo fue la imposibilidad de acceso a internet.

Particularmente, cuando las funciones de una persona –como es mi caso– le exigen comunicación con diversas personas fuera de nuestras fronteras para compartir información sobre ciencia y tecnología, pues parece obvio recurrir a los sistemas inalámbricos o buscar una computadora en otro sitio, pero ¿y si de pronto ese sitio no existiera? Este simple hecho me hizo pensar en la dependencia que hemos desarrollado frente a las tecnologías, en general, y a las de información y comunicación, en particular.

En poco tiempo –mucho menor del que tomó a la televisión establecerse como parte de la vida cotidiana– estas tecnologías han originado una nueva forma de transmisión de voz, datos e imágenes que, gracias a la convergencia de medios, revolucionó la comunicación social y comunitaria.

Hoy, los medios impresos se preguntan qué va a pasar con sus ediciones y cada vez vemos más páginas informativas en la red de redes, la internet; las empresas televisoras y de telefonía se preparan con contenidos para trasmitirlos por cable, fibra óptica, satélite, teléfono convencional y la televisión misma; las transferencias electrónicas de fondos de un banco a otro o de usuario a usuario son cuestión de oprimir una tecla; por los sitios de internet como YouTube y Second Life circulan libremente videos de política, deportes, entretenimiento… que millones de internautas en el globo terráqueo observan a diario. Las universidades ofrecen servicios de capacitación y educación a distancia por medio de la red y la teleconferencia; investigadores y científicos comparten archivos especializados y reservorios informativos en redes temáticas manejadas por supercomputadoras; las empresas ofrecen bienes y servicios sin la necesidad de contacto con el empleado detrás del típico mostrador; desde casa o la oficina es posible enviar información a todo el orbe de forma instantánea y expedita.

En este número de ciencia y desarrollo hemos reunido a varios especialistas, gracias a nuestro editor invitado, el doctor León Olivé, para que nos ayuden a entender el impacto social que las tecnologías de la información y la comunicación están teniendo en la sociedad del conocimiento, la brecha que se ha generado entre quienes acceden a estos servicios y los que aún esperan un primer acercamiento.

Nuestros invitados también reflexionan sobre los riesgos que implica el exceso de información o la necesidad de hacer un alto en el camino desde el punto de vista democrático y ético. Los invito a leer estos textos que nos muestran la presencia de la ciencia y la tecnología en la vida cotidiana. Disfruten de una aventura más por el fascinante mundo del conocimiento.