Una mañana de abril de 1927, Harold S. Black, ingeniero en las nacientes telecomunicaciones, iba en el ferry que lo llevaba hacia Manhattan, cuando una solución maravillosa surgió por su mente: la retroalimentación negativa.
Su objetivo: eliminar la distorsión armónica en los amplificadores de audio que se utilizaban para los circuitos telefónicos de larga distancia, los cuales, ya para los años treintas comenzarían a emplearse en los tocadiscos, en sustitución de aquellas famosas
victrolas mecánicas que habían llevado la música a los hogares.
La amplificación electrónica era algonovedoso; en 1921 salieron al mercado los primeros bulbos manufacturados en serie, bulbos que utilizaban los flamantes radioexperimentadores para comunicarse instantáneamente con sus homólogos de tierras lejanas; sin embargo desde años antes, los profesionales de compañías como la Western Electric de los Estados Unidos los utilizaban para las comunicaciones de larga distancia, aunque todavía sin buenos resultados.