¿Qué tan futurista resulta una novela sobre las aventuras de un grupo de adolescentes cuyas vidas son controladas por alimentadores cibernéticos implantados en sus cerebros, los cuales les ordenan qué hacer, qué comprar y qué sentir? Quizá no tanto como pudiera pensarse. En Gravedad artificial, Matthew T. Anderson parece valerse de la ficción científica como recurso metafórico para hablar de un presente en el que el imperio de la mercadotecnia, aliado con la tecnología, ha penetrado hasta los resquicios de la voluntad juvenil.
Tito, el protagonista y narrador del relato, es un adolescente normal que se revienta con sus amigos en los antros de la Luna, en fiestas y centros comerciales, hasta que conoce a Violeta, una chica que se debate entre la rebeldía y la integración a un mundo dominado por las grandes corporaciones mundiales. Tito se enamora de Violeta como de una exótica mercancía entre las miles que compra a diario a través de su alimentador.