Sahagún nos legó una obra en la que, al descubrirnos las antigüedades mexicanas, se descubre a sí mismo con toda la riqueza de su cristiana cosmovisión y de su celo evangélico. Hoy día, los trabajos de este franciscano del siglo XVI siguen siendo ejemplo de la empresa encomiable y profundamente humana de comprender al otro, comprendiéndose a sí mismo.
Durante la segunda mitad del siglo XVI, el fraile franciscano Bernardino de Sahagún se dio a la tarea de aprender la lengua e investigar la cultura de los indígenas del centro de la Nueva España. Producto de sus empeños fue el llamado Códice florentino que, sin lugar a dudas, ha llegado a ser una de las fuentes más importantes de conocimiento del México anterior a la conquista española, el cual fue elaborado con base en un exhaustivo trabajo de investigación que se extendió varias décadas.
Su autor quería dotar a sus hermanos de orden del medio adecuado para acceder a mayores logros en las labores de evangelización, precisamente a través de una mejor comprensión de la cultura de los indígenas. Por ello ofrece un extenso documento compuesto por doce libros de variadas dimensiones y ordenado en dos columnas escritas en caracteres latinos; una redactada en lengua náhuatl, la otra en español, a la cual se ha dado el título de Historia general de las cosas de Nueva España. Ambas presentan ilustraciones y viñetas alusivas a las narraciones, de muy buena calidad. Podría pensarse, que el contenido en una columna es versión exacta de lo que se lee en la otra; sin embargo, una revisión más detenida permite advertir variaciones importantes.
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